México y Rusia: cortados por la misma gubia
A lo largo de la historia de las sociedades, el arte de masas —concretamente la gráfica de libre distribución—, ha dado una gran pauta para proclamarse como unos de los aliados más fuertes de la crítica y de la libertad de expresión que, sin llegar a condensarla en un estereotipo, le brinda cualidades comunicativas a cualquiera que fuera su receptor. La gráfica tiene la virtud del dinamismo y a la vez guarda su estilo y técnicas en el mundo del arte, al mantenerse estoica al paso de las nuevas tecnologías. La xilografía, aguatinta, aguafuerte y litografía han sido, por años y en diferentes culturas, el vehículo de creaciones de gran valor histórico, documental y artístico de cada entidad donde son producidos. Con una gran diversidad de temáticas han sido cronistas de imágenes y narradoras de la opresión y de la juerga y jerga del pueblo.
En sus orígenes, los luboks, estampas rusas humorísticas del siglo XVII,XVIII y XIX, y la obra del grabador mexicano José Guadalupe Posada, pasaron por toda esta serie de combinaciones: crítica popular, social, local, política… Podríamos decir, al igual que respecto a otras manifestaciones de la gráfica popular, que configuran una especie de storyboard o historieta sobre el desarrollo de una trama en forma de bienes materiales artísticos de distribución masiva, y al tener una parte del problema impresa en un grabado contribuyen a la preservación histórica de los acontecimientos. Son como el booklet de la historia de sus respectivos pueblos.
Al analizar el origen de la imagen popular impresa, nos viene a la mente que el motivo principal de estas obras fue la representación de lo inenarrable. Es posible, para el caso de los luboks, que los periodos de cristianización ortodoxa en la región eslava rusa, en los siglos ix y x propiciaran un ejercicio de exploración del medio por parte de los artesanos grabadores en busca de empaparse del ambiente cotidiano y conocer las generalidades de su pueblo y, de esta manera, vincular y narrar dos contextos que nunca antes habían interactuado: los campesinos y la iglesia ortodoxa griega.
Sólo así podrían vincularse con la sociedad por medio de ilustraciones. Si bien no era un trabajo fácil, el poder de la imagen aboga —por medio de estas representaciones— por aquello que es difícil de explicar.
Cuando hablamos de los luboks, deberíamos considerar como antecedente visual y estilísitico, la producción de arte bizantino que abarca siete siglos, hasta el xvii. Desde la cristianización hasta las prácticas monárquicas en la política del territorio eslavo; cuando se adopta la costumbre de burlarse y satirizar por medio de grabados, podría decirse que hubo una necesidad de apropiación de estilo y técnicas heredados del arte bizantino para dar lugar a una manifestación que, lejos de pretender ser artística, quería crear un panfleto carácter expresivo inmediato.
Durante mucho tiempo, la sociedad rusa condenó a la irrelevancia a estas representaciones “bizantinizadas” llamadas luboks, por su origen primitivo y no glamuroso, por lo que los estudiosos del Museo de Gráfica Popular de Moscú coinciden en que “el sentido primordial de estas obras era la espontaneidad”[1].
Si un campesino ruso del siglo XVII reviviera en los tiempos actuales de la Federación Rusa para hacer luboks, encontraría que quizá hay menos humor y motivos para reír. Sin embargo, habría, sin dudarlo, numerosos luboks de crítica al gobierno, desde la Perestroika y Gorvachov hasta Putin; habría una mofa a las misiones rusas espaciales tan sofisticadas como poco llamativas en comparación de la del héroe nacional Yuri Gagarin o la de la famosa Laika. Quizá la Adhesión de Crimea mantendría a Rusia y Ucrania en un lubok disputándose la nacionalidad de la bruja Baba Yaga (la bruja eslava de los tradicionales cuentos de niños), que ambos vieron nacer. Los misteriosos meteoritos que destruyeron un barrio en Cheliábinsk en 2013 vendrían seguramente cargados por la furia de dragones voladores cabalgados por Ded Moroz —el equivalente ruso de Papá Noel—. Hay una nación tan diferente para ellos, para los xudoshniki lubka (artistas del lubok), que seguramente no reconocerían sus lugares de origen.
En un mundo como el actual, lleno de inmediatez incluso en los procesos artísticos, es necesario revalorar la cualidad narrativa del grabado, que fue puente de nuestra propia cultura durante décadas del uso de talleres de gráfica que ilustraron la denuncia de todos los acontecimientos de la primera mitad del siglo xx con toda su furia y elaboradas técnicas que muchos grabadores actuales tratan de reimplantar sin el mismo éxito. Grupos como el Taller de Gráfica Popular, así como de José Luis Cuevas, Alfaro Siqueiros, Pablo O’Higgins, Leopoldo Méndez y, por supuesto, José Guadalupe Posada, cada uno en su época, fueron cronistas de su propio desarrollo social.
José Guadalupe Posada, quizá ignorante de su pasado histórico, nunca supo que en el momento en el que eligió renegar de los conocimientos academicistas del grabado del orden oficial, para cambiarlos por las temáticas de la clase obrera popular de principios de siglo xx, propició una lectura de la cultura popular del mexicano a nivel internacional que ha persistido por décadas, en la que se denota un pueblo cercano al misticismo en la vida cotidiana, así como un acercamiento ordinario y diario con la muerte, como herencia de nuestra concepción cíclica y circular del tiempo (vida-muerte como un ciclo) herencia de la cosmogonía prehispánica.
Por otro lado, hacerse consciente de la importancia de la narrativa vertida en los grabados populares implica una responsabilidad con el tiempo y con la historia, más que con el arte en sí mismo. Gracias a Posada conocemos el estilo de vida del México porfirista tardío y el nacimiento de la Revolución, por medio del humor y la representación de elementos clave de la cultura popular: calaveras escritas, cancioneros, cajas de cerillos, rimas, etcétera.
Cuando analizamos el concepto de cultura popular estamos hablando de un proceso puntual que delimitó Mariano Gallego, en el cual “la práctica de costumbres cotidianas tiene un proceso en continuo desarrollo como consecuencia del encuentro con otra cultura dominante con la que se establece una lucha por la apropiación del mundo”[2].
Gallego hablaba del concepto del pueblo como una relación desplazada entre la cultura y las clases. Alude a esa alianza de clases y fuerzas que constituyen las clases populares; es decir, no existe una forma específica de cultura que corresponda a una clase determinada o a una clase en el papel, sino que siempre existen desfases producto de una historia concreta y de una relación particular resultado de la praxis.
Y, en efecto, el desfase de las clases produce este estrecho gigante que se determina como “lo popular”. Es así como en los grabados de Posada podemos ver la misma convivencia diaria que podría ser equiparada con el personaje actual del ciudadano que tiene que pasar por todos los rituales cotidianos, culturales y mediáticos en toda la síntesis visual.
De esta manera, los mexicanos vivimos en la cultura popular, la comemos, respiramos y consumimos de manera inherente. En la actualidad es muy relevante a nivel histórico-social, la cultura de los medios masivos, modas, personajes de la televisión o cine, que han delimitado el rostro de cada década de nuestro país y abogado por lo popular como un conjunto de acontecimientos, hábitos, modas y música de consumo como parte de la vida del mexicano con sentimientos de añoranza.
La ciudad de México es un ente que ha parido artistas que buscaron el registro de imágenes para concientizar a la nación, pero siempre ha recibido la influencia de las ideas liberales. El amplio espectro que es la ciudad de México, es un espacio dinámico, contradictorio y contrastante: las imágenes, el color, los olores, las leyendas urbanas, así como la tradición y la historia oral de cada colonia de la actualidad, mezcladas con la modernidad y el paso histórico de la Conquista y la situación económica también vuelven este contexto “primigenio en términos de la espontaneidad”.
El tema principal de la serie LUBOKUS.MX.RU, resultado de la investigación de este proyecto, está inspirada en la enorme capacidad empática de la ciudad de México, cuyos habitantes pueden hacer su propia idea de cómo vivir y sobrevivir en la gran urbe. Durante décadas desde la urbanización del Distrito Federal, desde la perspectiva popular, nacieron las estirpes de los ricos y sus orígenes dudosos, los pobres que tienen que trabajar “como burros” para ganar 100 pesos al día, los lugares emblemáticos de la fe, donde ricos y pobres dejan sus quejas y peticiones. También tenemos los destellos de modernidad mezclada con el pasado en forma de espacios, museos, edificios y colonias históricas con arquitecturas que en algún momento pretendieron ser modernas y que desde el Porfiriato entusiasman al pueblo con la idea de un futuro cosmopolita y de primer mundo.
Millones de migrantes del interior de la República vienen al Distrito Federal, pero ¿con qué finalidad? ¿Qué hay en este lugar que hace que todos quieran venir a aprender de la gran ciudad? El DF siempre contará con dos aspectos importantes: el anonimato y la capacidad para estar listos ante el colapso de la ciudad. Son dos habilidades importantes en un lugar donde el metro gobierna más los hábitos de los habitantes que el mismo presidente.
Como anteriormente se ejemplificó, si José Guadalupe Posada reviviera y quisiera retomar su carrera como crítico caricaturista en nuestros tiempos, seguramente encontraría un sinfín de coincidencias con la sociedad de principios de siglo xx, de la cual se burló: ricos haciéndose más ricos, pobres queriendo ser menos pobres, y unos cuantos que son ricos pero queriendo olvidar que fueron pobres. Encontraría también una ciudad mucho más espectacular e interesante que la de su época, y también más deprimente y malintencionada.
Podría imaginarse que a Posada le encantaría hacer grabados sobre la gente de barrio y la clase media que usa el metro, el calor, las horas pico, los típicos “arrimones” del trasporte público; seguramente habría una nueva serie de calaveras “garbanceras”[3] (aquellas que en su época se burlaban de los indígenas que gracias a su enriquecimiento y escala en la pirámide social se empeñaban en renegar de sus orígenes), haría críticas a los nuevos hipsters, daddy princesses, “papilords”, darks, “punketos”, “emos” y demás tribus urbanas que rinden tributo a la personalidad por medio de la apariencia y la aceptación de grupos específicos. Los mismos políticos haciendo las mismas maniobras de hurto, disfrazadas con leyes, diputados y senadores serían también el plato principal de sus críticas.
A pesar de ser una sociedad creciente y demandante, que por resultado es insuficiente al autosatisfacerse, el mexicano guarda una cierta familiaridad con elementos fantásticos que van del onirismo mágico prehispánico a la transculturación gringa pasada por el filtro del folclor, aunada al sentido del humor del pueblo mexicano que encontró en José Guadalupe Posada su mejor portavoz a principios de siglo xx.
Es importante mencionar las litografías de Miguel "el Chamaco" Covarrubias, que tienen una empatía emocional y temática con este proyecto de investigación, Lubokus.Ru.Mx , pues se toma en cuenta el tipo de personajes que representó en su obra de carácter polifacético y sobre todo el contraste de su habilidad para manejar el sitio de su trabajo. Pese a no haber recibido una educación formal dentro de las artes, se puede considerar uno de los artistas más completos y reconocidos en vida, dentro y fuera del país.
Fue reconocido en Estados Unidos como comediante y caricaturista, sus obras pictóricas reflejan con fino humor la sociedad mexicana de su época. Firme exponente del art déco, su estilo de dibujo ejerció una importante influencia en caricaturistas, ya que su obra reflejó el sentimiento artístico y popular apegado al burlesque en una sociedad que estaba llena de ansias progresistas y urbanización, deslumbrada por la transculturación que, por medio de la música, provenía del Caribe, de Cuba, y por la fascinación del glamour estadounidense.
En cierta forma, las obras de Posada y Miguel Covarrubias crean un túnel de conocimientos alrededor de relatos de la ciudad de México de principios del siglo xx, y dejan documentos como artistas y cronistas de su tiempo y contexto, Herencias que fueron retomadas por colectivos de gráfica como el Taller de Gráfica Popular, que incursionó con una crítica más fuerte y demandante.
Así, los grabadores han vertido su talento en la gráfica que se expande constantemente en su definición y campo de acción retrata la vida moderna del Distrito Federal por medio de narrativas gráficas alrededor de la cultura “chilanga”.
Al momento de integrar elementos de dos culturas populares por medio de la gráfica popular ponemos de manifiesto dos factores: el primero es el punto de inflexión entre la cultura mexicana y la rusa por medio del concepto que Mariano Gallego[5] adoptó para la definición de prácticas populares, del “pueblo”, entendido en el marco de prácticas de resistencia situadas en la historia de México en alusión a los sectores obreros. Es decir, la clase popular y sus costumbres se convierten en prácticas simbólicas del pueblo.
El segundo es la incursión de los elementos de la cultura pop con base en los medios masivos, legítimos factores determinantes en la constitución de la identidad popular “chilanga”.
La base de este proyecto es vincular dos ejemplos hermanos de gráfica de libre distribución y el uso de los nuevos medios masivos como factores que brindan identidad a un sector. Los mitos urbanos basados en la religión católica, las apariciones de la Virgen de Guadalupe en lugares inesperados, (y la forma primitivista de contarlo de los luboks), los hechos históricos que tienen cabida en la ciudadanía defeña, marcas comerciales, restaurantes emblemáticos, carpas, espectáculos, la lucha libre, entre otros, aparecen en los grabados que crearán un relato de consumismo histórico, identidad y grabado.
Lo popular presenta muchas facetas y, en consecuencia, también ofrece variadas posibilidades para su análisis y representación gráfica como elemento integrante y al mismo tiempo como componente dinámico de la cultura cotidiana.
En un ensayo, Frank Leinen dice sobre lo popular:
Su dinamismo temático, medial y genérico así como su orientación cultural entre lo local y lo global hace prácticamente imposible una definición de lo que representa la cultura popular hoy en día o de lo que era en otras épocas. Cultura de masas, cultura mediatizada, cultura carnavalesca, cultura de oposición, cultura de consumo, cultura anti-cultura, cultura híbrida, cultura de moda, cultura mítica...[6]
Sin embargo, gracias a esta capacidad de mutación con el paso del tiempo y los acontecimientos de la sociedad se promueve una evolución de los conceptos que de origen fueran de la clase obrera o popular oprimida por la clase dominante a principios de siglo xx. Con el paso del tiempo, con el contexto de nuestro presente, la nueva cultura del oprimido del siglo XXI está delimitada por la clase política, los detentores del poder se han convertido en el nuevo “otro” que domina, delimita costumbres, impone y ahora segmenta a la actual clase popular.
Todos estos hábitos y luchas de poder actuales se registran gracias a los medios masivos y a las redes sociales, que se son los nuevos portavoces de la crítica y del sentido del humor mexicano que se agrupan en las nuevas tendencias de la relación imagen-texto: los memes, las gags visuales, la capacidad que tiene la sociedad general a manipular y establecer nuevos elementos de la cultura crítica humorística de nuestro país.
La sociedad mexicana comienza a agruparse en un bloque totalmente virtual para crear una voz (en off) que critica y señala todas las cosas que en su tiempo Posada hiciera con el grabado.
Podríamos empezar a vislumbrar una nueva evolución de esta práctica visual, sobre crítica, burla, anécdotas y urbanismos por medio de una íntegra voz del pueblo. La cultura del meme es uno de los elementos básicos de imagen más simbólica de la red, y conforma el mismo ciclo de reproducción, proliferación y distribución por medio de los usuarios. Quizá de esta manera podríamos, en el futuro, encontrar nuevos investigadores de las obras mediáticas populares.
[1] Entrevista particular.
[2] Mariano Gallego, José Guadalupe Posada. La muerte y la cultura popular mexicana, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2007, p. 108.
[3] Citadas por él mismo como un sector vulnerable al escarnio público.
[4] Proyecto de la investigación doctoral del autor.
[5] Mariano Gallego, op.cit., p. 78
[6] Frank Leinen, “Facetas de la cultura popular mexicana”, México Interdisciplinario, año 2, núm. 3, invierno de 2012, pop.Mex, México, p. 4.